11-Febrero-1999
Jueves, 11/II/1999.
Otro día más que pasa en soledad...
Si, la Soledad, mi añorada amiga a la que tanto he echado de menos.
Ya no te tengo miedo ahora eres mi fiel compañera y, en los últimos meses en los que no me he podido abandonar en tus brazos, te he añorado.
Si, es extraño, te odiaba con todas mis fuerzas. Tu constante melancolía y tu rictus triste hicieron que el verano junto a ti convirtiera los días soleados en grises mazmorras en las que permanecía veinticuatro horas de castigo.
Ahora, cinco meses después, intento huir de la compañía de mi entorno para volver a perderme en tu cuerpo. Ahora te busco. Te necesito como el aire que me da la vida. Ahora te añoro. Aprendí que tu compañía no es tan mala si mantienes un mínimo grado de cordura para negarte algunos caprichos. Aprendí que tus encantos no radican solo en tu aire melancólico y tu triste mirada. Aprendí de tu experiencia muchas argucias que influyeron en mi proceso de maduración.
Te perdí el miedo aprendiendo a respetarte y, sobre todo, a respetarme.
Tú me enseñaste tu cara amarga pero al abandonarte descubrí que tú también tienes un lado dulce. Un lado dulce que, porque no reconocer, ahora añoro.
De ese lado dulce es del que he aprendido todo. Es de ese lado del que he extraído las líneas maestras que adornan mi persona.
Ese lado dulce es el que ahora evoco.
