4/X/1998
Sus ojos marrones se clavaron en mí.
Sentía como su mirada fría me atravesaba el alma.
No me atreví a alzar la vista cuando pasé a su lado.
No me atreví... pase de largo.
Seguí mi camino con la cabeza agachada trazando las líneas del suelo con mis pasos.
Al llegar a la puerta, en un lugar donde creí que sería imposible que me viera, volví la cabeza y la busque con la mirada.
El tiempo se paró y mi corazón estallo en mil palpitaciones simultáneas.
Ella me seguía mirando y nuestros ojos se encontraron...
Todo el mundo desapareció...
Solo estábamos nosotros dos en el centro del universo sin nadie alrededor y eso me relajó. Ojalá fuera así siempre pensé. Si fuéramos las dos únicas personas en el universo todo sería más fácil...
Si eso fuera cierto me acercaría y dejándome envolver por su aroma yo exploraría con mis labios su rostro mientras le diría una y mil veces que la quiero...
Que la quiero como nunca antes había querido a alguien en toda mi vida...
Después la miraría. Sus ojos cálidos me calmarían y le diría, con mis ojos inundados en lagrimas, que lo siento, que siento todo el mal que le causé, que siento no haber podido reunir el valor para arreglar la situación antes, no haberle dicho antes que la quería, que sentía ser un cobarde al que le daba pánico hablar con ella... que estaba enamorado de ella.
Entonces me abrazaría y me consolaría y yo, yo sería el hombre más feliz del mundo...
Pero entonces una voz delante de mi me saco de mi letargo, no recuerdo sus palabras exactamente pero la mano que acompañaba la frase me agarró del jersey tirando de mi sacándome del mundo etéreo de los "y si" y devolviéndome a la tierra de los vivos mientras la misma voz amiga me preguntaba lo que pasaba.
Un escueto "nada" fue mi respuesta.
Miré por última vez hacía ella y ya no encontré sus ojos.
Me sentí perdido y descolocado.
Seguí caminando pero mi mente se había quedado con ella.
