6/V/1999
Jueves, seis de mayo de mil novecientos noventa y nueve.
Principios de Mayo, y el curso llega a su fin.
Los minutos parecen más largos, las horas interminables, los días eternos y las semanas un calvario.
Los nervios empiezan a aflorar y los sentidos se saturan.
Todo a tu alrededor parece un caos.
Nadie tiene ganas ya de escuchar tediosos discursos y cada uno hace la guerra por su cuenta olvidándose de falsos compañerismos egoístas de principio de travesía.
El calor se empieza a notar y el muermo se apodera de las cabezas dentro de las saunas en las que se convierten las aulas.
Yo, mientras más cerca me encuentro del final, más vértigo siento.
El futuro, siempre incierto, me aterra pero mis sentidos lejos de saturarse se disparan y se encuentran en constante alerta esperando el momento justo para desatar toda mi ira contenida.
Estos días me resultan peligrosos.
La rabia que rebosa por mis poros acrecienta los altercados que mantengo con el resto de la humanidad.
Mis nervios exaltados me mantienen en tensión las seis horas de tortura diaria, yo…
Hubo, hace ya algún tiempo, una época buena entre estas cuatro paredes.
Las horas pasaban deprisa, el tedio nunca aparecía, tenía ilusión por venir.
Todo era distinto.
Ahora todo es gris.
Vienes jodido y te vas peor, te recuperas de mala manera en casa y cuando pareces querer salir del agujero la mañana te rompe de nuevo con el sonido del despertador mientras los primeros rayos de sol del día te abofetean la cara.
Antes todo era nuevo.
Descubrías misterios nuevos cada día, hoy ya no hay nada que te asombre.
Conoces al milímetro la situación y ya sabes los movimientos a realizar por adelantado.
Llevas tiempo así, tenías que haber parado cuando comenzaron los primeros síntomas: tedio, cansancio, irascibilidad, agresividad…
Tenías que haberlo dejado y haber buscado nuevos retos.
Ahora, además de aburrirte, te has saturado, has destrozado la belleza de la relación y cada día que pasa se acumulan más sensaciones negativas en nuestra historia.
Es una pena.
Como siempre en estos casos espero que prevalezcan los buenos recuerdos y no me quede ningún regusto amargo en el paladar.
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