Relatividad.
Trescientos sesenta y cinco días suena un periodo de tiempo tan largo que me abruma pensar en saltar esa distancia temporal hacía adelante.
Sin embargo, esos trescientos sesenta y cinco días se tornan efímeros y fugaces si los lleno de horas, minutos y segundos pasados y vencidos.
Mi vieja obsesión con el tiempo que no cesa.
Hace unos instantes que, a los mandos de mi "Enterprise", volvía de la celebración del cumpleaños de mi cuñado en su "pueblo" con la única compañía de Izal en la radio y un "Mentos" en la boca...
Hacía un año, trescientos sesenta y cinco días de horas pasadas, que no recorría esa misma carretera exactamente con mismo propósito y misma compañía de copiloto, aunque sin "Mentos" en la ecuación, por el cual me lanzaba a trazar sus curvas ahora...
Cientos de millones de similitudes.
Un sin fin de paralelismos en esos dos viajes separados por, exactamente, un año.
Y, sin embargo...
Mi organismo, mi ser más interno, envía información, sensaciones, completamente distintas a las percibidas hace ocho mil setecientas sesenta horas llenas de minutos pasados.
El ying y el yang, negro y blanco, muerte y vida, oscuridad y luz, pena y alegría.
Como dos polos opuestos dentro de un mismo ser.
Dos yo con una energía completamente distinta dentro de un día de la marmota cuasi perfectamente calcado.
Miro atrás sin vértigo porque es lo único que es cierto, constatable, y no esta atado a las suposiciones y variables de un futuro que no se puede controlar y huye de nuestra estúpida programación humana.
Miro atrás con la tranquilidad de ver mutada toda, o casi toda, mi realidad con la fortuna y el sosiego de sentir la mejoría de mi vida en estos quinientos veinticinco mil seiscientos minutos llenos de segundos extintos.
Tranquilidad y alegría inundan hoy un ser abatido por la zozobra y la tristeza tan solo un año atrás.
Miro atrás, con la aflicción del recuerdo de la angustia, a ese Jonatan desorientado que conducía a bandazos por esa carretera buscando encontrar la solución en cada curva que negociaba esa tarde para poner fin al abatimiento que invadía todas y cada una de las células de su cuerpo.
Qué distinto resulta hoy avanzar por ese mismo camino que antaño se tiño sombrío y oscuro.
Qué sencillo manejar el volante en los giros del camino cargado de optimismo y sonrisas con el sol de la calma guiándome.
Hace treinta y un millones quinientos treinta y seis mil segundos ataba mi sonrisa a un trabajo que absorbía mi energía física y psíquica, ordenando toda mi vida cotidiana dentro de estanterías cargadas de horas vacías y demonios que intentaba matar a base de nicotina y rodillazos contra la taza del water, sin dejarme ver esa playa que había tras el bosque, reduciendo mis días a la estabilidad de una inestable seudo-relación nociva, libros a los que dar hogar y puntuales islas de cariño de mis caballeros que sedaban un poco mi aletargamiento vital, mientras yo diluía mí ingenio y mis risas entre gruñidos, amargura y vómitos sin más remisión y más fin que la supervivencia venenosa que horadaba mi físico hasta el punto de hacerlo rendirse y explotar.
Y explotó de manera extraña como un oasis en el desierto del terreno yermo de perniciosa rutina en el que me sentía encerrado, sin hallar salida ninguna, entre unos barrotes de grises muros de hormigón de agonía, trancados con candados forjados a base de sudores fríos y lagrimas.
Y hoy todo eso esta enterrado en el más profundo rincón oscuro, dentro de mi cerebro, aplastado por toneladas de alegría de un trabajo que me ha rodeado de abrazos y sonrisas espontáneas, cariñosas, queridas y familiares, mientras sigue creciendo dentro de mi corazón esa semilla plantada a base de naturalidad y conexión infinita, pintando de carcajadas cada día que despierto.
Ya no hay demonios que aturdan mi consciencia y sí ángeles que aclaran mi discernimiento.
Un año...
Ya ves.
Solo tiempo.
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