Y cruzas por enésima vez esa plaza caminando junto a la misma estatua tan cercana en la distancia y alejada en el espacio...
Cómo explicar, difícil, la posibilidad de que la vida de dos personas, nuestra vida, transcurra con completa normalidad y plenitud durante casi treinta años...
Riendo con las carcajadas que alegran el trayecto.
Sufriendo ante las vicisitudes propias que salpican la vida.
Disfrutando al máximo del camino que íbamos recorriendo.
Viviendo con la exuberancia de apurar cada sorbo de experiencia.
Felices.
Y ahora...
Mientras, sin saberlo, sin hacer mucho ruido, en algún recóndito lugar de nuestro corazón, seguíamos estando presentes el uno en el otro.
Los dos exprimimos unas buenas vidas, con sus nubes negras evidentemente, sin pensar, mucho, en caminos paralelos que dibujaran aquel lejano "y si".
Nunca fuimos el primer pensamiento y seguramente, sin adulaciones vanas, ni el segundo ni tercero del día pero...
Esas cosas que mientras hacíamos no dábamos más importancia que el bonito recuerdo guardado como nostálgico oro perdido en nuestro pecho y ahora con la perspectiva de nuestra situación cobran más sentido.
Ahora veo con otros ojos aquellas visitas curiosas que hacía a tu vida a través de la ventana omnisciente de Internet.
Te confesaré, ahora es fácil, que me gustó pensar que no era yo el único que hacía esas cosas. Sentí algo así como que no eran imaginaciones mías y que siempre hubo algo especial. Una conexión extraña e intemporal que permanecía ahí a pesar del paso del tiempo y la vida.
Latente.
Alguna fuerza a la que no daba importancia me obligaba a saber de ti.
Quería saber de ti, que estuvieras ahí.
Eso es...
Quería que de una u otra manera formaras parte de mí vida.
Nos leo...
Pienso...
Cómo creer en las casualidades.
Es imposible que esto se deba a una estúpida casualidad resultante de lanzar una moneda al aire.
No concibo que por un caprichoso hecho azaroso del universo estemos aquí...
